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A través del espejo

Un desenlace surrealista:

Posted on marzo 14th, 2010 by henrietta
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              “Instituyo legatarios: a mi hijo Enrique, adjudicándole los apartamentos sitos en el edificio Cruz del Sur; a mi hijo Víctor, con adjudicación de las dos viviendas adosadas en la urbanización Paraíso Dorado; a mis hijos Ricardo e Ian, por partes indivisas, en el resto de bienes inmuebles. En los demás bienes, cuentas bancarias, acciones y participaciones en sociedades, nombro herederos a mis cuatro hijos varones. Este testamento no afecta ni revoca los testamentos otorgados en país extranjero”.

 

              Así acabé la lectura de uno de los testamentos que más intrigado me habían tenido desde que lo autoricé.

 

              Recuerdo a aquel señor que entró sonriente en mi despacho. Era primavera. Venía a firmar su último testamento. Me estuvo explicando que tenía cinco hijos: su primogénita, Cecilia, y dos hijos más de su primer matrimonio, Enrique y Víctor, y dos gemelos, de su último matrimonio, Ricardo e Ian. Había enviudado hacía más de veinte años y aunque nunca pensó que podría enamorarse de otra mujer, se equivocó. Vino solo.

 

              Parecía satisfecho y muy seguro de cuál era su última voluntad. No atendió a mi advertencia de que no se podía preterir a un hijo, que era causa de nulidad del testamento. Según él, los herederos respetarían su decisión.

 

              En aquella sala, sin embargo, parecía que no iba a ser éste el desenlace que él habría esperado.

 

              A cada cual más sorprendido, los hermanos iban mirándose entre sí sin decir palabra. ¿Y Cecilia? Parecían pensar todos.

 

              Los hermanos habían llegado juntos; nada hacía presagiar que no esperaban una distribución equitativa de los bienes y ahora nadie sabía cómo reaccionar.

 

              Víctor se dirigió a sus hermanos, preguntándoles cómo podían repartir las propiedades sin que nadie resultase perjudicado.

 

              Cecilia parecía preocupada, distante, como si no hubiese escuchado a su hermano.

 

              Fue Enrique quien dijo que él no pensaba aceptar si Cecilia no participaba de la herencia. Ricardo e Ian asintieron al unísono.

 

              Yo me sentía invisible. De repente, parecieron acordarse de que había alguien más en el despacho y me miraron, salvo Cecilia, ausente.

 

         Siempre se puede llegar a un acuerdo de distribución de bienes, al margen del testamento, si es ésta su voluntad, les dije.

 

              No parecía que esta posibilidad disgustase a ninguno de los presentes de modo que emplacé a los hermanos para que llegasen a un acuerdo y contactasen conmigo en cuanto supiesen cómo podían repartir los bienes para proceder a la aceptación de la herencia, ofreciéndoles mi consejo si requerían algún tipo de asesoramiento acerca de su valoración.

 

              Era viernes, se acercaba la hora de comer. Agradecí sinceramente que hubiese sido tan fácil terminar bien aquella situación tan embarazosa. Me esperaba un agradable fin de semana y lo último que deseaba era que se alargase innecesariamente aquel ambiente extraño que se podía respirar.

 

              Pocos días después volvieron los hermanos. Se habían recuperado de su sorpresa. Cecilia incluso sonreía. Lograron un acuerdo satisfactorio para todos, lejos de la extraña voluntad de su progenitor. Parecían coincidir todos en que había sido la última prueba a la que les había querido someter su padre, después de muerto. Realmente fue extraño, surrealista, incluso.            

 

 

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