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A través del espejo

Sigo con Henrietta:

Posted on marzo 18th, 2012 by henrietta
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A ver si poco a poco voy colgando las últimas peripecias de Henrietta, ni que sea de forma desordenada.

De momento, ésta es una de las últimas. A disfrutarla…

¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?:

              Era un día frío y gris. Amanecía como cualquier día de invierno, en la ciudad.

              René había prometido llegar temprano para ir a pasar el fin de semana a la montaña pero igual se había quedado dormido y aún ni se había despertado. Steve seguía durmiendo pero no tardaría en levantarse cuando oliese el aroma del chocolate que iba a preparar.

              Estaba ya en la cocina cuando llegó René visiblemente alterado.

–         Henrietta, me dijo, ¿quién te escribe cosas tan raras?

              Fue entonces cuando me di cuenta que llevaba en la mano unas hojas escritas con una letra de lo más peculiar. Era letra gótica. Habría pasado por la oficina de correos.

–         ¿Cosas raras?, dije yo, mientras cogía la carta y nos besábamos brevemente.

              Casi ni me di cuenta de lo fríos que tenía los labios ni le di las gracias por haber pasado a recoger el correo. Me senté a leer mientras el chocolate hervía inundando la cocina con su agradable olor.

              De repente llegó Steve, sonriente y se abrazó a una pierna de René. Su pantalón de esquiar debía estar tan frío como sus labios porque se separó rápidamente y fue corriendo hacia la cocina donde aún hervía el chocolate. René cogió el recipiente y empezó a servirlo en las tazas preferidas de Steve: tres tazas con smilies, que habíamos comprado en verano.

              La carta parecía escrita por una mujer. No había vuelto a ver aquel tipo de letra desde que en la universidad habíamos estudiado unos manuscritos de la Edad Media. Si peculiar era la escritura, más extraño debía ser el contenido a juzgar por la reacción de Steve.

–         Voy a cambiarme mientras tomáis el chocolate –les dije-. Ya sabéis que a mí no me gusta muy caliente.

              René ni parecía ya acordarse de la carta. Era lo que le solía ocurrir cuando estaba con Steve, como si el mundo se detuviese para él.

              Me acomodé en el sillón, al lado de mi cama. Fuera empezaba a llover.  Ya no quedaba ni rastro de la nevada del día anterior.

              La carta, que no tenía ni remitente ni iba firmada, empezaba diciendo:

 

¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?:

 

              – ¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?

 

              – ¿Puedes repetir lo que creo que he oído?

 

              – ¿Por qué me cuentas bellas historias de amor si no me quieres?

 

              – ¿Por qué te cuento historias de amor si no te quiero?

 

              Por si no es suficientemente malo despertar el último día de vacaciones sólo me falta que T.A. estuviese averiado.

 

              T.A. es mi robot doméstico y, actualmente, mi única compañía. Hace años, en mi último viaje al futuro, descubrí que la humanidad se había extinguido y en lugar de seres humanos, sólo quedaban en la tierra unos extraños androides. Me resultaban familiares. Seguramente los había visto antes en algún lugar, que no conseguía recordar. Con el tiempo pensé que debería haber sido en alguna película porque en cada uno de mis anteriores viajes al futuro, sólo había visto personas, nunca robots.

 

              Hasta hoy T.A. ha sido lo más parecido a una biblioteca con forma de robot que he visto en mi vida. Un auténtico enamorado de Julio Verne y un maravilloso poeta. Y no me discutirá que es más agradable despertarse escuchando un bello poema que las desagradables noticias matutinas. Creo que sabe de memoria Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la tierra, 20000 leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en 80 días, por lo menos. Aunque alguna vez he llegado a pensar que memoriza todo lo que lee. Pero no es ésta la única función de T.A. Además de ser un auténtico manitas en el hogar, cocina de maravilla, tiene temas de conversación de lo más variado y, menos tener figura humana, diría que es lo más parecido a un Don Juan.

 

              Sin embargo, algo parece preocuparle últimamente. Está más callado, parece más lento en sus movimientos, ya no me divierte con su picante sentido del humor, parece pensar en algo que está muy lejos, perdido entre recuerdos…

 

              – ¿Qué te ocurre, TA.?, le pregunto.

 

              – Crees que porque soy un robot no tengo sentimientos. Querías un robot sensible y lo soy pero no pareces darte cuenta. Sólo soy un montón de hojalata para ti. Creo que ha llegado el momento de que me devuelvas al futuro, me dice T.A.

 

              No se qué decir. No se me había ocurrido antes que un robot pudiese sufrir de nostalgia. Me siento sin palabras. ¿Qué le puedo responder? No imaginé que esto pudiese ocurrir. Hace tanto que no viajo al futuro, que ya no recuerdo ni cómo hacerlo. Hace doce años que T.A. vive en mi casa. Durante todo este tiempo no ha salido a la calle. ¿Cómo iba a salir con un robot de hojalata, que es tan alto como yo?

 

              T.A. seguía mirándome como si tampoco supiese qué hacer. De repente, una enorme lágrima empezó a resbalar por encima del acero inoxidable que lo envolvía. Nunca lo había visto llorar. Habíamos reído a carcajadas tantas veces que no había pensado que también podía llorar. Me quedé sin saber qué hacer. T.A. se volvió lentamente y se encerró en su habitación mientras recitaba: “Flores caducas./ Me siento envejecer./ Cerca, el fin.”

 

              Y aquí acababa la extraña carta. Ciertamente el día había empezado de un modo atípico. Decidí vestirme con mi ropa de esquí y volver a la cocina. René y Steve seguían allí, jugando con un barco pirata. Me tomé mi chocolate, mientras René ayudaba a Steve a vestirse para ir a la montaña. Todavía nos quedaban un par de horas en tren y no me faltaría tiempo para pensar en la carta. ¿Sería una historia real o simplemente fruto de alguien con una sublime imaginación?

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