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A través del espejo

Otro cuento experimental:

Posted on marzo 18th, 2011 by henrietta
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              Eran casi las siete, la hora de cenar.

              Peter miraba, sin pestañear, como Mary ponía la mesa: dos platos llanos, dos boles para la sopa, dos juegos de cubiertos, dos vasos, dos copas de vino blanco, las favoritas de Peter, que habían traído de su viaje de novios a Italia.

              Peter siempre había cenado poco pero ésta era su comida favorita, la única que le permitía sentarse a charlar con Mary.

              Ella iba y venía de la cocina con Cloudy, pisándole los talones. Dichoso perro, de no ser porque era la mascota preferida de Peter, hace años que se habría deshecho de él. Cualquier día la haría caer y entonces, qué haría. Con Peter ya no podía contar para nada.

              Cuando estuvo todo dispuesto en la mesa, Mary, por fin, se sentó: crema de calabacín de primero y, de segundo, dorada al horno, recién pescada aquella misma mañana por Joe. Con amigos así, realmente se podía disfrutar del mejor pescado como un suculento manjar.

              La crema de Peter todavía estaba humeante; Mary, sin embargo, comenzó a remover la suya, ante la atenta mirada de Cloudy, que se había tumbado cómodamente a sus pies, esperando que se acordase de que pronto era también su hora de comer.

              En la tele, el mismo programa aburrido de sucesos de cada noche. Una mujer loca que vive con veinticinco gatos en casa y la policía quiere desalojarla porque los animales molestan a los vecinos. ¡Vaya panda de tarados que hay en este mundo!, pensó Mary. ¡Molestar a los vecinos!, ¿a quién se le puede ocurrir hacer eso?, ¿verdad, Peter? ¿qué sería de nosotros sin la ayuda de los Monroe y nuestras queridas gemelas Burns?

              Desde hacía un tiempo, Peter no era la agradable compañía que siempre había sido.

              Un estruendo en la calle distrajo la atención de Mary. Cloudy empezó a ladrar furiosamente, hasta parecía haber olvidado que aún tenía que cenar. Mary se asomó a la ventana, que habitualmente tenía cerrada para que a Peter no le molestase el sol. No se veía nada; era demasiado tarde. Sólo pasos apresurados dirigiéndose calle abajo y voces, que no entendía. Algún accidente seguramente. Poco a poco, Cloudy se tranquilizó y dejó de ladrar.

              Mary retiró los boles de crema de la mesa. El calabacín estaba delicioso y ahora le tocaba a la dorada.

              ¿Qué pensaría Joe, que seguía yendo a pescar doradas para Peter, si supiese que la suya quedaría intacta en el plato? A Cloudy no le gustan las doradas… Y Peter dejó de poderlas comer 751 días atrás, como recuerdan las 751 velitas colocadas al pie de la ventana del dormitorio, al que nunca accede nadie.

              De Peter ya sólo quedan un montón de huesos enterrados en el jardín y su fotografía a tamaño natural y vestida, sentada a la mesa para hacer compañía a Mary.

              De saberse, ¿también en los programas de sucesos dirían que Mary está loca?

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