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A través del espejo

«Nunca llueve a gusto de todos»:

Posted on noviembre 27th, 2007 by henrietta
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No se refiere sólo a la lluvia este refrán. Al contrario, a menudo, «llueve a gusto de nadie» de modo que una de las ocasiones en que menos se puede aplicar es, precisamente, con la lluvia. Podemos, sin embargo, imaginarnos muchísimas situaciones en las que podríamos aplicar esta frase. Así, se me ocurre un ejemplo de lo más bobo que, no obstante, es útil para otras muchas situaciones.

Supongo que alguno se habrá fijado en que en los supermercados, una de las estrategias de venta es colocar los productos en el lugar más adecuado para que nos fijemos en ellos y, así, acabemos comprando no realmente lo que queremos sino lo que nos quieren vender. No estoy diciendo con ello que sea una mala idea. En ocasiones, podemos descubrir, así, cosas que de otro modo ni veríamos si tenemos costumbre de ser aburridos y adquirir siempre las mismas marcas o un mismo tipo de producto. Esto es especialmente obvio en el caso de caramelos, chucherías y otras varias cosas que, estratégicamente, se colocan cerca de las cajas donde hay que hacer cola para pagar con la intención de que niños y no tan niños, después de contemplar durante un rato estos productos acaben comprándolos por dos motivos: uno, es su escaso precio y otro, que sin ser necesarios, nunca están de más.Si nos paramos a pensar en las muchas ocasiones en que hemos acabado cayendo en la tentación, nos daremos cuenta que este acto, tan inofensivo, es realmente beneficioso para el empresario por las muchas veces en que se repetirá a lo largo del día -de modo que sí «llueve a su gusto»- y, sin embargo, es escasamente perjudicial para el bolsillo del consumidor que no se verá muy afectado pero puede ser más lesivo para sus caries dentales lo que ya no será tan beneficioso para su economía -entonces, «no lloverá tan a gusto suyo»-.

Ejemplos como este, podemos encontrar a montones pero, volviendo a la lluvia, nos podemos dar cuenta de lo egoístas que podemos llegar a ser si pensamos en la cantidad de veces que estamos deseando que llueva cuando podemos estar en casa o en el trabajo o en cualquier otro lugar de donde no debamos salir y evitar, así, quedar totalmente empapados pidiendo siempre que llueva de noche en perjuicio, claro, de aquellos para quienes «se afanan» en ser noctámbulos no sólo por placer sino, a menudo, por obligaciones profesionales.

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