Mandarina Fénix:
Posted on junio 21st, 2009 by henriettaPosted in General | No Comments »
Se acercaba final de curso y una vez más no sabía sobre qué escribir ni qué dibujar para el concurso que se convocaba cada año. Cansada de que nadie entendiese mis dibujos y pensasen que se habían equivocado al colocarlos junto a un texto que nada tenía que ver con ¿tiras de papel reciclado? Qué dibujo más extraño, decían. Esto ocurrió el año pasado. El anterior, ¿qué había ocurrido el anterior? Los recuerdos se habían borrado de mi mente como si un aspirador hubiese atrapado en su panza cualquier reminiscencia del malestar que provoca sentirse incomprendida.
Este año, a diferencia de los anteriores, teníamos un tema común: seres mitológicos. Pero, ¿cuál podía elegir? Como si resultase tan fácil. ¿Sería la pulga un animal mitológico? Mejor que no porque, además, cómo iba a dibujar una pulga. Seguramente nadie la vería. Así, sí tendrían una excusa para reírse de una hoja en blanco con una mancha negra, ¿o tendrían que ser muchas manchas negras para que pudiesen verlas?. Tenía que encontrar un animal más grande y más colorido, claro. ¿Un caballito de mar? Tampoco me servía. El caballito de mar, después de todo, existe aunque parezca fruto de la fantasía.
Y pensando pasó el fin de semana. Sólo quedaba una semana para entregar mis dibujos y la historia que tenía que acompañarlos. ¿Y si inventaba yo un ser mitológico?, ¿un gusano con alas, atrapado en una tela de araña podría servir? Este sólo pensamiento me hizo sentir un escalofrío que recorría mi espalda.
Nada de libros para adultos, les había dicho mi profesora a mis padres, que la miraban estupefactos, cansados de escuchar críticas hacia mi imaginación. “Poder creativo” había dicho Silvia. No hay que fomentar la fantasía de los niños cuando es tan exagerada. ¿Sería exagerado dibujar la luna y las estrellas saliendo de un volcán? ¿Acaso no era más alegre que el vomitar de fuego de un volcán en erupción? ¿Y qué tendría de extraño un arco iris al revés o la lluvia que salía del suelo y subía persiguiendo a un relámpago?
Convencida de que no sabía cómo dibujar a un ser mitológico y segura de que no podría buscarlo en la enciclopedia, que actualmente estaba a varias cabezas por encima de mi corta estatura, sólo me quedaba la solución de consultar google, de noche, cuando mis padres no pudiesen darse cuenta. De nada habría servido explicarles que esta vez no era mera curiosidad sino una obligación.
Así pues, después de fingir haberme quedado dormida, cuando todas las luces se apagaron y el silencio inundó nuestro hogar, volví al salón donde dormía Mandarina, nuestra gata, que no pareció oír mis pasos. ¿Desconectarán los oídos los gatos mientras duermen? Encendí cuidadosamente el ordenador para evitar que me encontrasen conectada a esas horas. “Seres mitológicos” escribí y, de repente, aparecieron imágenes de seres absurdos, algunos terroríficos, con poderes mágicos. ¿Una serpiente con cresta, patas y alas de gallo? Ni yo podría haber imaginado un ser tan feo. Aunque una cabra con cabeza de león y cola de serpiente tampoco parecía una fantasía agradable. Basiliscos y quimeras empezaron a aparecer en la pantalla.
¿Y estos son animales fabulosos? Pues sí, todos tenían su historia. El basilisco había nacido de un huevo puesto por un gallo, no por una gallina. La leyenda decía que tenía la capacidad de matar con la mirada.
También podía verse el dibujo de una arpía, cruel y sucia, con cuerpo de ave de rapiña y rostro de mujer, un monstruo marino, según podía leer. Ninguno de estos dibujos me parecía adecuado para lo que yo estaba buscando. Demasiado desagradables. Como desagradable era la leyenda que venía a continuación del dibujo: “un legendario rey de Tracia fue objeto de una maldición y lo persiguieron las arpías, que no le dejaban probar bocado. El rey pidió auxilio a los vientos, y éstos persiguieron a las arpías, quienes se salvaron de ser ultimadas merced a Mercurio, que dijo que por ser ellas hijas de Júpiter no podían morir. Entonces, las muy perversas se refugiaron en las islas Estrófadas, donde le hicieron la vida imposible al pobre Eneas, el príncipe troyano a quien Virgilio hizo héroe de la Eneida”.
También había un dibujo en un endriago, una mezcla de facciones humanas y de varias fieras, y, por fin, un unicornio, que tenía figura de caballo con un cuerno recto en medio de la frente. Éste es bien bonito pensé. Pero aún había más: un tricéfalo (animal con tres cabezas), un grifo (distinto del que hay en la ducha; bueno, no exactamente distinto, no; más bien es que no tiene nada que ver), con la mitad superior del cuerpo de águila y la mitad inferior de león y un hipogrifo (mitad caballo y mitad grifo).
Un hipogrifo… ¿dónde había escuchado antes esta palabra? ¡En Harry Potter! ¡Claro, también había unicornios! Había sido una buena idea consultar google. Y pensar que mis padres decían que cuando ellos eran pequeños no existía google…
También había una esfinge, un extraño animal, con busto y cabeza de mujer y cuerpo y pies de león pero el recuerdo de Harry Potter había sido suficiente para saber qué iba a dibujar: ¡un ave fénix!
Cuidadosamente, apagué el ordenador. Mandarina seguía durmiendo a los pies de una lámpara, enroscada como una serpiente.
Al día siguiente me desperté muy contenta. No parecía difícil dibujar un ave fénix. Cuando volví del colegio, cogí mi estuche de colores y empecé a colocar todos los del arco iris uno al lado del otro. Saqué punta al azul y al verde, mis colores favoritos, que eran tan pequeños al lado de los demás. En fin, serían suficientes para dibujar mi ave fénix.
Después de pasar media tarde dibujando, tenía tres dibujos:
– el primero era el de un ave fénix de pie, que parecía más bien un pavo real. Igual que Mandarina había comido demasiado. Tenía un colorido alegre aunque no sonreía. Sabía que iba a continuación otro dibujo.
– El segundo era un montón de ceniza; tal vez demasiado grande o no… después de todo el primer dibujo no podía caber en un segundo dibujo más pequeño.
– El tercero era, de nuevo, mi ave fénix aunque esta vez estaba algo más delgada y los colores eran distintos. Ya no me quedaba más azul y verde y los había tenido que cambiar por amarillo y naranja. Ahora sí sonreía. ¿Sabría que no me quedaban más hojas para seguir dibujando?
Escribir una historia fue muy fácil. Al día siguiente, orgullosa de mis dibujos y la historia que acababa de inventar, llegué al colegio donde ya estaban colgando alguno de los seres mitológicos, que habían dibujado mis compañeras. Cuando colgaron los míos, un niño dijo: fíjate, ha dibujado un sombrero. ¿Era mi montón de cenizas como un sombrero?
Un año más, no entendieron mis dibujos. Pensé que leer era muy aburrido si no podías imaginarte lo que estabas leyendo. ¿Acaso no sabrían que el ave fénix resucita de sus propias cenizas?