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A través del espejo

Inventos en el Imperio Romano:

Posted on julio 12th, 2010 by henrietta
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              – ¡Maldita sea! A este paso no voy a conseguir que mi invento sea un éxito. Es demasiado duro ser inventor en el Imperio Romano. Y pensar que los actores se sienten incomprendidos sólo porque, de vez en cuando, llevan a alguno a la arena del Coliseo para que los devore un león. Será porque no saben qué es ser inventor y que te tilden de chalado…

              Con ésta ya son treinta las visitas a la casa del César y nadie parece demostrar el más mínimo interés por mi caravana voladora. Estoy convencido que sería un hito en la historia de las  batallas. Nadie tendría que desconfiar, a priori, de una caravana y si van mal dadas, surcas el cielo y huyes. ¿Quién creería a unos soldados que explicasen que iban a atacar a una caravana y había salido volando?  Seguro que los mandaban a las estepas asiáticas, más allá de Germania. Y la culpa es del caballo de Troya y esos griegos que se escondieron en él… pero una caravana no es un caballo. Estos ingenieros del César son demasiado desconfiados. Dicen que preferirían una caravana que pudiese nadar para llegar a Egipto. Serán tontos, como si no existiesen los barcos. 

              Es el mal de los inventores. Con lo difícil que es ser original y cuando realmente lo eres, nadie te entiende.

              Crear esta caravana ha sido un auténtico reto. Las hojas de barbarisco no son fáciles de obtener. Tuve que subir a la montaña que hay detrás del poblado de unos invencibles galos y, por suerte, tienen un druida muy simpático, que estuvo encantado de ayudarme a encontrar el árbol.

              Los druidas y los inventores somos primos hermanos y eso hace que ni siendo unos galos y otros romanos exista rivalidad alguna. A los druidas les falta la creatividad que a nosotros nos sobra pero sin ellos, no somos nada. Nunca había visto antes un barbarisco; igual lo podría haber confundido con un pino pero, para un druida, es tan fácil como contar II + II. Y precisamente con dos hojas de barbarisco tengo suficiente para elaborar combustible para que la caravana ruede y vuele durante varios días. Creo que tengo hojas para años…   

              A lo mejor tendría que intentar vender este invento a los germanos, que suelen ser más abiertos de mente. Tendré que echar mano de algún espía. ¿Y si pruebo de convencer a Sextetus? 

              – Mi querido esposo, cada día que pasa me sorprendes más… Esta noche has estado hablando en sueños de no se qué instrumento que vuela, de druidas, de tu primo Sextetus. Augustus, ¿te encuentras bien? Creo que tanto teatro no es bueno. Acabarás confundiendo la realidad con la ficción. Acuérdate de tu abuelo Septiminus, que creía que había una poción que permitía volar.  

              Augustus tenía un dolor de cabeza descomunal. Tanta bebida, tanta comida y tanto teatro… Tendría que cambiar definitivamente de amistades y de vida pero… y si no era cierto lo que Gamba le decía y si era ella quien soñaba por las noches y creía haber oído voces que hablaban de cosas raras. Mi querida Gamba, ¿acaso no puede ser que lo hayas soñado? Ya sabes la ficción y la realidad sólo están separadas por una línea invisible y muy débil.

              Gamba acababa de despertar y todavía no estaba preparada para las preguntas ingeniosas de su marido. Lo miró con cara de incredulidad y se fue hacia la cocina donde todavía quedaban restos de la lumbre de la noche anterior.

              Augustus no recordaba nada de sus sueños. ¿Nada? Bueno, tal vez, sí, había una caravana voladora y un druida que tenía el secreto para hacerla volar. Extraño tema para una obra de teatro pero ¿por qué no?, ¿acaso no era cada vez más aceptado el teatro alternativo?

              Gamba ya estaba acostumbrada a las excentricidades de su marido. ¿Por qué se habría casado con un escritor? Y nada menos que de obras de teatro… Si el teatro, en el fondo, se reducía a ver cómo unos gladiadores se enfrentaban a un león escuálido y hambriento. No había necesidad alguna de innovar ni de ser original.   

–         Gamba, dijo Augustus, ¿te gustaría ser actriz en una de mis obras?

              Esto ya era demasiado para ella, tan temprano y escuchar este tipo de bobadas… No pudo más que reír pero cuando vio la mirada de Augustus, supo que hablaba en serio.

              – Podrías ser mi druidesa y descubrir la poción mágica que permite que las personas y los objetos puedan volar.

              Gamba sabía ahora que no habían sido sueños lo que había oído aquella noche sino ideas que pasaban por la mente de su extraño marido. ¿Qué dirían sus hijos si después de tantos años criticando las modernidades de Augustus sucumbía a sus deseos y se convertía en actriz? En el fondo, siempre le había atraído aquella vida bohemia que nada tenía que ver con los actores clásicos que sabían que en cualquier momento podían acabar engullidos por una bestia.

              Gamba no lo tuvo que pensar mucho. Sin saber cómo le había dicho a Augustus que sí, que podía contar con su druidesa.

              En la noche del estreno, el foro estaba más que concurrido. De hecho, ningún teatro ni circo tenía la suficiente capacidad para albergar a tantos espectadores y, por eso, habían tenido que habilitar el foro. También habían preparado un aparato que amplificaba los ruidos y, claro, a falta de artilugio volador, sí retumbaba un sonido similar al que, según Augustus, tendría uno de esos objetos que algún día nos permitirían ir a las montañas a buscar hojas para preparar mis pociones. Mi papel de druidesa fue de lo más celebrado y aquella noche empezó mi nueva vida, como actriz y esposa de un celebrado escritor de teatro alternativo. Entonces pude entender los sueños de mi marido y esa pasión tan exacerbada por el teatro.

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