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A través del espejo

El círculo del tiempo:

Posted on octubre 8th, 2011 by henrietta
Posted in Un poco de todo | No Comments »

Y yo que pensaba que me había inventado un relato la mar de original y resulta que me han chivado que aparece en Dr. Who, que no sé ni qué es pero, en fin, que no se me ha ocurrido a mí la primera.

Hace tiempo, cuando mi hijo me preguntó cómo llegar al corazón de una estrella, no se me ocurrió una respuesta mejor que hablarle del círculo del tiempo. Consistía en algo tan simple como dibujar mentalmente un círculo en el suelo, sentarse dentro, cerrar los ojos y empezar el viaje. Así, podías llegar al corazón de las estrellas, subir en autobuses alados e ir a cualquier lugar, atrás o adelante en el tiempo. Tan maravillado se quedó que no tuve más remedio que mostrarle cómo funcionaba este círculo mágico. En éste, su primer viaje, fuimos a parar a 1889. Aún no controlaba muy bien ni dónde ni en qué fecha íbamos a encontrarnos. En esta ocasión, aparecimos en Saint-Rémy-de-Provence. Era al amanecer y un pintor estaba dibujando un extraño cuadro que mostraba la noche sobre los tejados de la población. Le faltaba una oreja, al pintor, no al cuadro. Los cuadros por aquél entonces todavía no oían. Éste fue un breve viaje. Ninguno de los dos estábamos preparados para quedarnos por mucho tiempo. Yo tenía que trabajar al día siguiente y Steve tenía que ir a la guardería como todos los días pero mucho me temía yo que aquél no había sido para él un día como otro cualquiera. A la mañana siguiente, quería llevarse nuestro De sterrennacht a la guardería. Me costó mucho convencerle que los cuadros eran para estar colgados en la pared, que lo del día anterior era mejor que no se lo explicase a nadie porque teníamos que mantener el secreto y que todas las estrellas seguían teniendo su corazón aunque no pudiésemos verlo en el cuadro… Después de años encerrada escribiendo, había descubierto que unas extrañas energías me permitían viajar en el tiempo con el sólo poder de la mente pero no era todavía el momento de compartirlo. Además, ¿quién iba a creerse a un pequeño de tres años si explicaba que el día anterior había visto a Van Gogh pintando uno de sus cuadros más famosos? El círculo del tiempo no era sino un entretenimiento para el fin de semana o en época de vacaciones. Y aquí estoy en la edad de piedra, rodeada de imponentes menhires, con nutrientes para sobrevivir unos pocos días y desesperada por encontrar un poco de agua. Me había costado mucho convencer a Steve para que se quedase con su padre. Supongo que intuía que mamá se volvía de viaje, ésta vez sola y él no se lo quería perder. Pero, en esta ocasión, el círculo mágico había fallado. Mi idea era viajar hacia el futuro y comprar un regalo de cumpleaños para Steve: uno de esos autobuses de juguete, con orejas de elefante plegables y trompa. A lo mejor así, podría entender que el círculo del tiempo servía no sólo para buscar corazones de estrellas sino también para traerse curiosos artilugios de recuerdo, que era mejor dejar escondidos en casa a tamaño reducido porque los vecinos no encontrarían normal vernos luciendo una lustrosa armadura o paseando a una esfinge de piedra por el jardín. Sin embargo, en algo me debía haber equivocado y en lugar de aparecer levitando junto a unos grandes almacenes voladores, había retrocedido a la época de los megalitos. Tal vez a Steve le gustaría una de esas piedras gigantescas aunque no tuviesen corazón, o no, pero pensándolo bien, sería mejor intentar un nuevo desplazamiento. Ninguno de los bestias, que estaban colocando hileras de menhires, había notado mi presencia pero sí se darían cuenta si les quitaba una de sus piedras y la reducía lo suficiente para poderla meter en mi bolsillo. Mientras mamá iba camino de los grandes almacenes en busca de un trompibús, Steve jugaba en la playa. Al pasar por ahí pude ver las estrellas de arena que le rodeaban y a un lado, en lo alto, estaba mi pequeño con sus rizos dorados, como si fuese la luna o el sol, o los dos a la vez. A la mañana siguiente, el trompibús ya estaba aparcado en nuestro garaje. ¿Qué carita pondría Steve cuando viese como se movía la trompa o las orejas, que servían de parasol?

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