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A través del espejo

Bes:

Posted on marzo 27th, 2010 by henrietta
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              Hola:

 

              Me llamo Bes. He tardado mucho tiempo en escribir esta carta. Algunos podrían creer que no lo he hecho yo mismo ya que soy un búho pero puedo asegurarte que sí. Me costó mucho averiguar que era un búho. Siempre había pensado que era un loro. ¿Qué pirata iba a querer un búho? Todos quieren loros. Pero mi amo es diferente. Para algunas cosas es muy listo y para otras, absolutamente bobo. Carapalo le llaman y ésta es su historia.

 

              Carapalo era un pirata duro, muy experimentado cuando me compró. No sabría decir cuántos años tenía. Tampoco lo se ahora. Me encontró en un mercado de vuelta de un viaje por el Mediterráneo y nada más verme, se fijó en mí. Quería un loro. Está claro que no sabía qué era pero debía haber oído hablar de aquel pajarraco y se encaprichó en tener uno. El mercader no dudó en timarle y me ofreció a cambio de unas cuantas monedas.

 

              Carapalo siempre se ha portado bien conmigo, no se ha extrañado de que yo no llegue a hablar como se supone que debe hacerlo un loro y, al contrario, siempre ha presumido de tener un pájaro que no se pierde detalle de lo que ocurre a su alrededor. Si supiese que he aprendido a escribir…

 

              Mi primer viaje a bordo del barco pirata fue de lo más entretenido. Nunca había navegado y no sabía lo lentos que pueden pasar los días entre puerto y puerto. Lo único que rompía la monotonía eran los abordajes en los que aprendí a robar todo lo que brillase aunque fuese difícil de conseguir. Estaba bien entrenado después de haber vivido durante años con unas urracas, desagradables, ruidosas, incluso sucias pero excelentes ladronas de tesoros.        

 

              Esta rara habilidad, que no se presupone a un loro, ni a un búho, pareció gustarle a mi amo, que no dudaba en pasear conmigo de estribor a babor hasta que yo me quedaba quieto y, así, se aseguraba de que ya no quedaba nada de valor antes de abandonar la presa.

 

              Han sido tantos los abordajes que he presenciado, que me siento viejo. Del Mediterráneo al Mar del Norte, no ha quedado buque a salvo del indestructible Carapalo, el pirata más elegante de todos los tiempos, y su séquito. Sí, sí, tal como lees. Mi amo no ha sido nunca sanguinario. De hecho, podríamos llamarle el Zorro de entre los piratas. Ya ves que no sólo he aprendido a escribir sino también a leer. ¿Qué iba a hacer sino tantas horas encerrado en la bodega del navío? Mientras las olas rugían con fuerza contra las maderas del casco, me evadía leyendo a los clásicos. ¿Quién me habría bautizado como Bes sino yo mismo? Para mi amo seguía siendo su loro.

 

              Los piratas son buena gente pero no tienen tiempo para cultivarse. Por eso les gusta tener loros para que hablen en su lugar. Bueno, hay piratas de todos porque a algunos la fama les persigue y logran que al grito de al abordaje más de uno prefiera la muerte segura entre las fauces de un tiburón que ser atravesado vivo por el florete de un bárbaro pirata.         

 

              Carapalo, a diferencia de sus colegas piratas, tenía esposa e hijos. Como ves, era realmente un pirata anómalo. De hecho, conoció a Tanit justo después de haberme comprado a mí. Ella iba paseando por entre los sacos de especias que había a uno y otro lado del angosto pasillo del zoco donde acababa de encontrarme. Se fijó en mí al instante, igual que lo había hecho él. La verdad es que no me extraña. De hecho, soy un búho de lo más precioso que existe en el reino animal. Mi pelaje gris perla no deja indiferente a nadie. Y digo pelaje, sí, aunque no se bien si son plumas o un abrigo de piel de conejo lo que me cubre.

 

              De todos modos, no estaba hablando de mí sino de mi amo. Carapalo se fijó en Tanit mientras ella acariciaba mi cogote. Entonces pareció reparar en él. Ninguno de los dos es muy agraciado. Seguro que por eso simpatizaron mutuamente.

 

              En mi primer viaje, Tanit ya vino con nosotros. Ella se quedaba en el barco siempre que nos acercábamos para robar a los muchos veleros con los que, desafortunadamente para ellos, nos cruzábamos. Parecía una señora sin necesidad de vestirse de seda ni de colores vistosos. Si hubiese sido bonita, habría dado envidia a todos los piratas que navegan por las aguas de este planeta, que es nuestra tierra. ¿Por qué lo llamarán tierra y no mar si es lo que más abunda? A buen seguro este nombre no lo inventó ningún búho sino alguien con pocas luces. Recuerda que la fama del búho nos precede. No en vano somos símbolo de inteligencia.

 

              Después de Tanit, vinieron dos chicos: Melior y Peius. Todavía no he descubierto donde los compraron. Aparecieron un día, al anochecer. Eran pequeños y de color rosa. Varios abordajes más tarde, empezaron a crecer. Ahora ya hablan pero tampoco parecen extrañarse de que su loro no repita como un disco rayado sus chistes malos. Todavía les falta madurar. A lo mejor algún día incluso leen alguno de mis libros. No será que no lo haya intentado pero parecen ser invisibles para ellos. Puede que sea mejor así… Sino, descubrirán lo poco agraciados de sus nombres. Seguro que el mercader que los vendió no sabía latín o pecó de cruel al llamarles de este modo, lo que sólo pueden dar lugar a enfrentamientos y peleas entre sí con intención de demostrar de forma irrefrenable quién es el mejor de los dos…

 

              Llegado este punto, Eric dejó de leer. Simplemente, no podía continuar adelante. ¿Se estaría volviendo loco? ¿Un búho mete una carta en una botella y va a parar a su playa mientras se encuentra de vacaciones? Tenía que tratarse de una broma de muy mal gusto… De todos modos, no podía negar que el que la había escrito tenía una gran imaginación. Eric sonrió y se volvió a tumbar al sol para disfrutar de los primeros rayos de la mañana. Nada, ni una carta de un chalado, que parecía sacada de una máquina del tiempo, podría impedirle disfrutar de su merecido descanso.

 

              Probablemente cogería la carta y la metería en su portafolios para recordar a la vuelta de vacaciones que había estado en su playa, una vez inmerso en la rutina y el estrés de la gran ciudad.          

 

              ¿Y la botella? ¿Qué haría con la botella? Con un poco de suerte ni ésta ni el pergamino estarían en la arena cuando despertase de su baño de sol.

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